Por Ezequiel Aníbal Martínez
Este fin de semana leí una nota en el diario La Nación sobre cómo las parejas argentinas usan cada vez menos el preservativo (sólo el 14,5% los utiliza) cómo método anticonceptivo y para evitar enfermedades de transmisión sexual, reemplazándolo por la mal llamada pastilla “anticonceptiva”. El motivo, según explica la nota, es que la gente ya no tiene tanto miedo a contraer el SIDA, producto de la pérdida de conciencia en torno a lo que implica una infección por ésta enfermedad, al dejar de formar parte de la agenda política. Al mismo tiempo, señala la nota, hay un interés creciente en los métodos para evitar embarazos no deseados. Pero lo que no se menciona, es que las mal llamadas pastillas “anticonceptivas” también tienen efectos abortivos. Esto es así porque no siempre son efectivas evitando la ovulación, y tienen un efecto anti-implantatorio del embrión en caso de producirse la fecundación. Lo que llama sorpresivamente la atención es que para una misma droga el prospecto cambia de país en país, adecuándose a la legislación vigente. En aquellos países donde el aborto fue legalizado, el prospecto aclara que la droga tiene ambos efectos, anti-ovulatorio y anti-implantatorio. Pero en donde el aborto no es legal, resulta ser que la droga tiene solamente un efecto anti-ovulatorio. Mi pregunta sería… si la droga en cuestión fuera efectiva evitando la ovulación, ¿qué sentido tiene que tenga un efecto anti-implantatorio? Y si tiene un efecto anti-implantatorio, ¿por qué la llaman solamente anticonceptiva y no también abortiva? Lo más triste es que tomar estas pastillas se volvió una práctica muy habitual, cuando el único método anticonceptivo realmente efectivo y que además sirve para evitar las enfermedades de transmisión sexual es el preservativo. Ojalá que con ésta reflexión muchos se planteen que están haciendo y se informen un poco más al respecto.
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